Seven Sector Technologies

El Louvre y una realidad del riesgo digital

Hay incidentes que marcan un antes y un después.
No por el ruido mediático, sino porque desnudan una realidad que llevaba demasiado tiempo en silencio. El reciente caso de los fallos de ciberseguridad en el Louvre entra precisamente en esta categoría. De repente, uno de los museos más famosos del mundo se vuelve un espejo incómodo en el que muchas organizaciones deberían mirarse.

Lo que parecía un problema físico terminó mostrando algo mucho más profundo: sistemas obsoletos que seguían operativos, contraseñas casi simbólicas que protegían servicios críticos y una arquitectura digital que no había acompañado el crecimiento y la complejidad de la institución. En Seven Sector vemos este patrón con más frecuencia de la que nos gustaría. Y, aunque cada sector sea distinto, la raíz de la cuestión siempre es la misma: se confía demasiado en que “nunca pasará”.

Cuando la tecnología envejece sin supervisión

Cada vez que se habla de un incidente de este tipo, se repite la misma pregunta:
“¿Cómo es posible que un museo del tamaño del Louvre utilice sistemas como Windows XP o Windows 2000?”

La respuesta es menos sorprendente de lo que parece. En muchas organizaciones, especialmente las que trabajan con múltiples integradores, sistemas heredados y tecnología crítica, la actualización queda relegada a un “ya lo haremos”. Mientras tanto, la operativa sigue funcionando… hasta que un día deja de hacerlo. Lo que la investigación reveló en este caso es lo que observamos habitualmente: la tecnología heredada no falla de repente, sino que acumula riesgo en silencio, hasta que un incidente actúa como detonador y la expone por completo.

En ciberseguridad, lo que no se cuida, se convierte en una brecha.

Contraseñas simples: la grieta más predecible

Otro de los puntos que llamó la atención fue el uso de contraseñas tan básicas como “LOUVRE” o “THALES” en sistemas de videovigilancia.
Puede sonar anecdótico, pero es más común de lo que se piensa. La prisa, la rotación de personal, la presión operativa o la falta de protocolos claros terminan creando una tormenta perfecta donde lo obvio pasa desapercibido.

Aquí es donde solemos insistir: las credenciales no son un trámite administrativo. Son la primera línea de defensa. Si esta capa se debilita, el resto de la arquitectura se convierte en terreno fértil para la intrusión.

Lo interesante del caso es entender que el Louvre no es solo un museo; es un ecosistema digital en funcionamiento constante. Cada día conviven:

Visitantes que se conectan al WiFi público, sensores de climatización que regulan la conservación de las obras, cámaras que monitorizan cada espacio, sistemas de acceso electrónico, puntos de pago, aplicaciones internas y dispositivos IoT que mantienen la operativa en marcha. Una infraestructura tan viva como el propio museo.

Y aquí aparece la clave: cuando IT, OT e IoT se mezclan sin una gestión clara, cualquier pieza del engranaje puede ser suficiente para comprometer el conjunto. La hiperconectividad es una ventaja, pero también una responsabilidad. No basta con proteger un sistema; hay que proteger la red que une a todos ellos.

Lo ocurrido en el Louvre no es una excepción. Es un recordatorio.
Un recordatorio de que los incidentes no suelen empezar por ataques sofisticados, sino por prácticas que se normalizan: sistemas no actualizados, accesos laxos, redes sin segmentar o procesos que nadie revisa desde hace años.

En Seven Sector trabajamos constantemente con organizaciones que enfrentan esta misma realidad. Las presiones operativas hacen que lo urgente gane a lo importante. Y es precisamente ahí donde nacen los riesgos más graves: no en la tecnología que falla, sino en la tecnología que se da por sentada.

La seguridad moderna debe ser un proceso continuo, no un proyecto puntual. Debe mirar el entorno completo, entender cómo se relacionan los sistemas, cómo se comportan, qué patrones cambian y cómo anticiparse antes de que una amenaza se convierta en impacto real.

El caso del Louvre demuestra que la reputación, el patrimonio y la continuidad operativa dependen hoy tanto de la seguridad física como de la digital. Mantener sistemas obsoletos, usar credenciales débiles o no segmentar adecuadamente redes críticas no son simples descuidos: son riesgos estratégicos.

En un mundo donde todo está conectado, la pregunta ya no es “¿puede ocurrirnos?”.
La pregunta correcta es “¿estamos preparados para que no ocurra?”.

Y esa es la diferencia entre esperar a que el incidente actúe como recordatorio… o construir resiliencia antes de que sea demasiado tarde.